Según un estudio, en el año 2014 murieron 16 millones de personas menores de 70 años a causa de una enfermedad crónica. Las enfermedades crónicas comprenden enfermedades cardiovasculares, cánceres, asma, diabetes y enfermedades respiratorias crónicas, como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) menciona que este tipo de enfermedades pueden ser reducidas significativamente con cambios en el estilo de vida, que disminuyan o eliminen el consumo de cigarrillo, alcohol, dietas altas en azúcar, grasas, harinas refinadas y falta de actividad física. Debido a que atender este tipo de enfermedades es costoso para la salud publica, y entendiendo la facilidad con que estas pueden ser prevenidas e incluso tratadas, algunos países han establecido políticas públicas que fomentan el estilo de vida saludable y controles médicos preventivos.
En los años 70, el psiquíatra George Engel ya nos hablaba de la estrecha relación entre la enfermedad y el ambiente, sugiriendo que esta debería ser considerada al momento de tratar una enfermedad. Si bien es cierto que los medicamentos ayudan a tolerar el dolor y sobrellevar los síntomas asociados a la enfermedad, el cuerpo seguirá enfermando cuando el origen de la enfermedad son altos niveles de estrés, malos hábitos alimenticios y sedentarismo.
Sin embargo, esta historia cuenta con matices. Estudios han demostrado que factores económicos y sociales también tienen un alto impacto en la salud mental que directamente afecta la salud física, por ejemplo: estresores como baja educación de los padres, angustia por parte de la madre y abuso infantil, incrementan el riesgo de enfermedades cardiovasculares en niños, posiblemente en parte por la desensibilización de la respuesta inmune de estos niños. Igualmente, adversidad social como pobreza, desempleo, baja educación y falta de apoyo social, incrementa el riesgo de enfermedades crónicas afectando la distribución de células inmunológicas. Otros científicos han demostrado una correlación entre bajo nivel educativo y procesos inflamatorios crónicos que incrementan el riesgo de muerte. Estos hallazgos son desalentadores cuando en un país como el nuestro más del 57 % de la economía es informal y los salarios escasamente le permite a la mayoría vivir con lo básico o menos.
Como vemos, la salud va más allá de tener o no una enfermedad. De hecho, la ausencia de enfermedad no necesariamente significa que gocemos de salud. Como indican los estudios, factores educativos, culturales, sociales, biológicos, económicos y estilo de vida son todos importantes en nuestra salud física y mental.
Afortunadamente, hay personas que logran desarrollar una habilidad llamada resiliencia. Esta habilidad les permite sobrevivir y prosperar a pesar de estar expuestos a traumas y adversidades. También es válido resaltar que, en países como el nuestro, donde la cultura religiosa es fuerte, la fe y esperanza son factores de protección emocional para los creyentes. Otros factores que nos ayudan a lidiar con las adversidades y estrés diario incluyen la regulación emocional y cognitiva, autoeficacia, fuertes redes de apoyo familiar y social. Si deseas conocer estrategias que tú mismo puedes implementar para mejorar tu salud mental, te invitamos a revisar nuestras columnas anteriores.
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